Muchos nos
preguntamos que es la belleza, no podía recurrir a nombre de hombre y mujeres universalmente bellos, ni tan siquiera a paisajes u obras de arte. Tienes que sobrepasar los límites del estereotipo para describir un sentido tan elevado.
La historia
de la belleza es un viaje a través de la historia del deseo. Pero
¿Qué extraño mecanismo logra que un objeto bello
nos conmueva y logre, incluso, que perdamos la razón? No es una pregunta fácil
de responder teniendo en cuenta que, a lo largo de la Historia, se ha ensayado
una idea abierta, tremendamente relativa sobre la belleza. “La belleza reside en el corazón
de quien la observa”, dijo Albert Einstein. Mucho antes, el impirista Hume había constatado algo parecido “La belleza de las cosas existe
en el espíritu del que las contempla". Quizá es por eso que la idea de belleza no sólo sirve para definir a la obra de arte, sino también a quien la observa.
La historia
de la belleza no es sólo la historia de los objetos bellos. Los Griegos fueron los primeros que intentaron sistematizar el concepto de belleza. Creían que el universo guardaba un orden intrínseco cosmos,orden. Reconocer este orden del mundo en un objeto determinado provocaba en el hombre una atracción, capaz de
indicar al espectador que se encontraba ante un objeto bello, un objeto
ordenado. Lejos del tópico, que identifica la cultura griega con el hedonismo,
la belleza resultaba un elemento superior que los griegos vinculaban a la
proporción, la simetría y, en general, a la matemática. La suya era una noción
intelectualizada de la belleza. Tampoco era ésta un elemento subjetivo, como
más tarde postularía Einstein. La belleza estaba en la naturaleza misma y el
arte sólo podía copiarla.
Curiosamente,
conforme la idea de belleza va desmarcándose de la concepción griega a partir
de la crisis del realismo, también sus manifestaciones ganan en complejidad y
artificio. Actualmente, el mundo del arte y el de la moda privilegian la subjetividad y
el individualismo de ahí que en las pasarelas se exhiban a
menudo creaciones muy personales, fantasiosas y alejadas del paradigma
objetivista del siglo IV a.C. Detrás de estas manifestaciones culturales
reside, obviamente, la convicción de que lo bello no puede reducirse a un
conjunto de proporciones. Porque hemos comprobado que en el caos, en lo
imprevisible, hay algo que nos conmueve e identificamos como bello.
La
civilización griega, aún siendo la cuna de la actual democracia, era muy
distinta a la nuestra. Para percatarse de ello no es necesario recurrir a
extensos y sesudos manuales de Historia: basta comparar las vestimentas de entonces con lo que llevamos
puesto. La moda y la cultura en general dependen del contexto social y político
en el que vivimos. Además del naturalismo, las causas de que las mujeres
vistieran con túnicas austeras en la época griega podemos encontrarlas en su
falta de autonomía, compartida con los niños y con los esclavos. Sin autonomía
personal, las posibilidades de configurar una identidad propia a través de la
vestimenta se reducen totalmente.
Los antiguos griegos estaban
obsesionados con la estética y la belleza por encima de todo. Los griegos
también defendían el potencial de la mente, y las obras de sus filósofos
continúan siendo lectura obligatoria en las universidades hasta el día de hoy.
En vez de mantener esta idea para sí mismos, los griegos impusieron su sistema
de valores sobre cada cultura que conquistaron. En una asombrosa campaña
militar en el que Alejandro Magno conquistó amplios sectores del mundo y se
mantuvo invicto, los griegos crearon un vasto imperio a través del cual
transmitir su mensaje.
¿La belleza es
mala?El conflicto subyacente entre la filosofía judía y la griega requiere una explicación. ¿Qué era tan malo acerca de la belleza que los griegos exaltaban? ¿La estética es peligrosa? ¿Por qué los judíos estaban tan vehementemente en contra de la cultura griega, incluso antes de que se prohibiera la práctica del judaísmo?
De
manera similar, ¿Qué les molestaba a los griegos? Tenían el control político y
lo que claramente parecía ser superioridad militar. Su cultura dominaba el
mundo. ¿Qué había en la banda obstinada de judíos en Judea que tanto les
molestaba a ellos? ¿Qué los empujó a ir tan lejos como para prohibir la
religión de otro pueblo?
La respuesta está en la definición básica de la belleza. La belleza clásica, la concepción de la estética que sobrevive a los milenios, se deriva de la armonía. Sin armonía, tendemos a buscar estímulos visuales ya sea aburridos e insulsos o caóticos y sobrecargados. Un ejemplo de la armonía se encuentra en la simetría, una imagen que está perfectamente equilibrada es atractiva. Los griegos estaban obsesionados con el físico humano, que es una maravilla de la simetría perfecta. También encontramos la armonía en los fuertes contrastes, como en la vista de un profundo valle, en el contexto de una alta montaña.
Incluso
para los menos artísticos entre nosotros, la percepción del color ilustra esta
idea. Vemos la belleza en el uso de colores análogos, colores que son
adyacentes entre sí en la rueda de colores terciarios, un arreglo progresivo de
12 colores ordenados de acuerdo a sus longitudes de onda. Sin embargo, también
vemos la belleza de los contrastes, sobre todo de los colores complementarios
que son directamente opuestos en la rueda de color. Ambos reflejan la armonía
que une a los colores del medio, ya sea a través de contraste o complemento, y
presentan un medio visual equilibrado.
En este
contexto, podemos comprender la verdadera guerra entre los griegos y los
judíos. Mientras que los griegos entendían la armonía en la belleza física,
ellos perdieron de vista el plano espiritual. La armonía final es la unión de
los mundos espirituales y físicos. De esa manera se crea una belleza sin igual,
un efecto tan poderoso que cualquier intento de imitarlo es un insulto a la
noción de la belleza.
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